domingo, 24 de octubre de 2021

Parnaso: Antología personal de Bécquer

 GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER


Antología personal de:
Migue Rivera

***


RIMAS


XXI

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.


XXX

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?


XXXIX

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma,
brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda;
que es una estatua inanimada... pero...
¡Es tan hermosa!


XLI

Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder.
¡Tenías que estrellarte o que abatirme...!
¡No pudo ser!

Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén.
¡Tenías que romperte o que arrancarme...!
¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!


LI

De lo poco de vida que me resta,
diera con gusto los mejores años
por saber lo que a otros
de mí has hablado.

Y esta vida mortal, y de la eterna
lo que me toque, si me toca algo,
por saber lo que a solas
de mí has pensado.


LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán;
Pero aquellas que el vuelo refrenaban,
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡Esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán;
Pero aquellas, cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
¡Esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará;
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡así... no te querrán!


LIX

Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es;
yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro, puedo lo que callas
en tu frente leer.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué;
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo, que no siento ya, todo lo sé.


LX

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.


LXIV

Como guarda el avaro su tesoro,
guardaba mi dolor;
quería probar que hay algo eterno
a la que eterno me juró su amor.

Mas hoy le llamo en vano, y oigo al tiempo,
que lo agotó, decir:
¡Ah, barro miserable, eternamente
no podrás ni aun sufrir!


LXVI

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.


viernes, 22 de octubre de 2021

Parnaso: Antología personal de Amado Nervo

 AMADO NERVO


Antología personal de:
Migue Rivera

***

LUCIÉRNAGAS

I

¡Chut! geniecillos, qué empeño
de hablar si el poeta calla.
Estaba enhebrando un sueño
y me habéis roto la malla...

Poniendo a la charla cotos
remendad mi malla trunca.
—Amigo, los sueños rotos
ya no se remiendan nunca,

II

—Bardo, ¿cuál es tu estandarte?
—Muchos son los que enarbolo.
—¿Qué mentor ha de guiarte?
—Ninguno: en amor y en arte
me deleita viajar solo.

III

¿Al nacer llamas fortuna?
¡Ah! la cuna sólo es
un ataúd al revés,
y el féretro es una cuna.

La diferencia consiste
en que la cuna, mi dueño,
es un ataúd risueño,
y el féretro... es una triste.

IV

Viajas de incógnito y sola;
mas yo sé quién eres ya:
¡Tonta! ¿No ves que te está
denunciando la aureola,

y los perfumes que exhalas
y tus cándidos asombros?
¡Vamos, tápate los hombros,
que se te asoman las alas!

V

Pelear como Jacob,
cantar como Anacreonte,
reír como Xenofonte,
lamentarse como Job,

embelesar como Armida,
navegar como Jonás:
¡eso es vida!... Lo demás
es limosna de la vida.

VI

Tus ojos: clara piscina
donde abreva el ideal.
Tu mirada: un madrigal
de Gutierre de Cetina.

VII

Una tarde, en mi sendero,
tuve un encuentro imprevisto:
me encontré con Jesucristo,
el divino limosnero.

El limosnero divino
lleno de melancolía
parecía, y parecía
muy cansado del camino.

—¿Adónde vas, señor? y
—A París, me respondió.
—A París... A París... no,
¡Señor, no vayas allí!
...¡Mas Cristo desapareció!

Encontrándole después:
—¿Qué hallaste? dije: y Él: —¡Les
perdono! Llegando apenas,
hallé muchas Magdalenas
y ungieron todas mis pies.


LAS SIRENAS
(LA TRISTEZA DEL CONVERSO)

En las ondas del verde caimanero,
estriadas de luz en áureas venas,
un grupo bullicioso de sirenas
juega y canta su canto lisonjero.

Es la luna de nácar un venero,
y al bañar ese nácar las sirenas
extensiones del golfo, de iris plenas,
finge hervores de perlas cada estero.

Dos sirenas del coro se retiran:
se quieren y se atraen; tornan, giran,
se besan en los labios escarlata,

sumérgense abrazadas en las olas,
y resurgen unidas sus dos colas
como una lira trémula de plata.


EN TODO

Yo en todo encarno ideal.
Para mi sed inmortal
todo beso es eucarístico,
y pongo un impulso místico
hasta en el amor sexual.


Fragmento de PENSANDO:

Si hoy a la blanca diosa de Citeres
honor y hacienda tu apetito inmola,
vivirás otra vida sin placeres,
idolatrando a todas las mujeres
y sin lograr que te ame ni una sola. 


RENUNCIACIÓN

¡Oh! Siddharta Gautama, tú tenías razón:
las angustias nos vienen del deseo; el edén
consiste en no anhelar, en la renunciación
completa, irrevocable, de toda posesión;
quien no desea nada, dondequiera está bien.

El deseo es un vaso de infinita amargura,
un pulpo de tentáculos insaciables, que al par
que se cortan, renacen para nuestra tortura.
El deseo es el padre del esplín, de la hartura,
¡y hay en él más perfidias que en las olas del mar!

Quien bebe como el Cínico el agua con la mano,
quien de volver la espalda al dinero es capaz,
quien ama sobre todas las cosas al Arcano,
¡ése es el victorioso, el fuerte, el soberano,
y no hay paz comparable con su perenne paz!


DE PASADA

A mis presurosos años, que serenos
por el mundo marchan, al placer ajenos,
díceles la Dicha, viéndoles venir,
y ellos le responden lo que vais a oír;

—¡Oh la turba pálida!, ¿por qué tan de prisa?
Descansad un rato, vuestra es mi morada;
os daré mi lecho, mi pan, mi sonrisa...

—Somos peregrinos; vamos de pasada;
no queremos nada.

—Aceptad al menos, para restauraros,
la cándida leche, recién ordeñada, 
de mi vaca negra de los ojos claros...

—Somos peregrinos; vamos de pasada;
no queremos nada.

—Respirad un poco la ideal esencia
de mis bellas flores que el rocío baña:
hay lirios de Harlem, rosas de Florencia,
claveles de España...
Escuchad siquiera los diáfanos trinos
de mis ruiseñores bajo la enramada... 

—Somos peregrinos; 
vamos de pasada;
no queremos nada.


EN PAZ

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


YO VENGO DE UN BRUMOSO PAÍS LEJANO

Yo vengo de un brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste...
Mi numen sólo busca lo que es arcano,
mi numen sólo adora lo que no existe.

Tú lloras por un sueño que está lejano,
tú aguardas un cariño que ya no existe,
se pierden tus pupilas en el arcano
como dos alas negras, y estás muy triste.

Eres mía: nacimos de un mismo arcano
y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
en pos de ese brumoso país lejano,
regido por un viejo monarca triste...


REQUIEM

¡Oh, Señor, Dios de los ejércitos,
eterno Padre, eterno Rey,
por este mundo que creaste
con la virtud de tu poder;
porque dijiste: la luz sea,
y a tu palabra la luz fue;
porque coexistes con el Verbo,
porque contigo el Verbo es
desde los siglos de los siglos
y sin mañana y sin ayer,
requiem aeternam dona eis, Domine,
et lux perpetua luceat eis!

¡Oh, Jesucristo, por el frío
de tu pesebre de Belén,
por tus angustias en el Huerto,
por el vinagre y por la hiel,
por las espinas y las varas
con que tus carnes desgarré,
y por la cruz en que borraste
todas las culpas de Israel;
Hijo del Hombre, desolado,
trágico Dios, tremendo Juez:
requiem aeternam dona eis, Domine,
el lux perpetua luceat eis!

¡Divino Espíritu, Paráclito,
aspiración del gran Iaveh,
que unes al Padre con el Hijo,
y siendo el Uno sois los Tres;
por la paloma de alas níveas,
por la inviolada doncellez
de aquella Virgen que en su vientre
llevó al Mesías Emmanuel;
por las ardientes lenguas rojas
con que inspiraste ciencia y fe
a los discípulos amados
de Jesucristo, nuestro bien:
requiem aeternam dona eis, Domine,
el lux perpetua luceat eis!


ANATHEMA SIT

I
 
Si negare alguno que Santa María,
del Dios Paracleto paloma que albea,
concibió sin mengua de su doncellía,
¡anatema sea!
 
Anatema los que burlan el prodigio sin segundo
de la flor intacta y úber que da fruto siendo yema;
que los vientres que conozcan, como légamo infecundo,
no les brinde sino espurias floraciones. ¡Anatema!
 
II
 
Si alguno dijere que Cristo divino
por nos pecadores no murió en Judea
ni su cuerpo es hostia, ni su sangre vino,
¡anatema sea!
 
Anatema los que ríen de oblaciones celestiales
en que un Dios, loco de amores, es la víctima suprema;
que no formen para ellos ni su harina los trigales,
ni sus néctares sabrosos los viñedos. ¡Anatema!
 
III
 
Si alguno afirmare que el alma no existe,
que en los cráneos áridos perece la idea,
que la luz no surge tras la sombra triste,
¡anatema sea!
 
Anatema los que dicen al mortal que tema y dude,
anatema los que dicen al mortal que dude y tema;
que en la noche de sus duelos ni un cariño los escude,
ni los bese la esperanza de los justos. ¡Anatema!


EL POETA NIÑO

Sufrió su pasión,
río su reír,
cantó su canción...
¡Y se fue a dormir!

Se marchó risueño
después de cantar,
y tal es su sueño,
que no empeño, 
¡ay!, en despertar.

Sufrió su pasión,
río su reír,
cantó su canción...
¡Y se fue a dormir!


sábado, 2 de octubre de 2021

Parnaso: Antología personal de Núñez de Arce

GASPAR NÚÑEZ DE ARCE


Antología personal de:
Migue Rivera

***

LAS ARPAS MUDAS

La virgen poesía
huyendo de los hombres,
se pierde en las profundas
tinieblas de la noche.
Las arpas enmudecen,
y el eco no responde
sino a los broncos gritos
de cien revoluciones.

¡Ay, cuando la tormenta
cierne sus negras alas,
la tímida avecilla
se oculta y tiembla y calla!
¿Qué valen sus gorjeos
ante la voz airada
del trueno que retumba
en valles y en montañas?

¡Qué cambio y qué contraste!
Ayer llenaba el mundo
la inspiración sublime
de Schiller, Byron y Hugo.
Hoy sobre nuestras almas,
que envileció el tumulto,
parece que gravita
la losa de un sepulcro.

Miraban nuestros padres
el despertar de un siglo:
nosotros a sus hondas
angustias asistimos.
En su entusiasmo ardiente
su cántico era un himno.
El nuestro ¡oh desventura!
el nuestro es un gemido.

Cuando después de aquella
sangrienta sacudida,
que derribó en el polvo
la sociedad antigua,
con su potente mano
la santa poesía
logró sacar ileso
a Dios de entre las ruinas;

Cuando en estéril roca,
entre el rumor confuso
del mar, agonizaba
en su aislamiento augusto
el águila altanera,
tan grande en su infortunio,
que de sus corvas garras
tuvo suspenso el mundo;

Entonces, como el germen
oculto que despierta,
y rompe vigoroso
la cárcel que lo encierra,
sobre las viejas ruinas
brotaron por doquiera
la religión, la gloria,
la libertad, la ciencia.

¡Siempre el dolor fecunda!
La tierra, nuestra madre,
sufre el agudo arado
que sus entrañas abre;
el mar tiene sus roncas
y fieras tempestades,
su duda el pensamiento,
la religión sus mártires.

Todo lo grande surge
de este combate eterno
como la luz del choque
del pedernal y el hierro.
¡Felices nuestros padres,
que entonces recogieron
la mies, antes regada
con llanto, sangre y cieno!

¿Es raro que el poeta
alzase himnos de gloria
al Dios que renacía
de entre sus aras rotas?
¿Es raro que cantase
la alborozada Europa
al nuevo sol, naciendo
de la impalpable sombra?

Pero hoy, ¿qué alegre canto
entonarán las musas?
La llama del incendio
nuestro camino alumbra.
La libertad seguida
de alborotadas turbas
arrastra por el fango
sus blancas vestiduras.

El entusiasmo expira
en lecho de dolores:
atónita y turbada
la fe su venda rompe,
y caen de sus altares,
bajo insensatos golpes,
la patria, la familia,
los reyes y los dioses.

¡Todo se anubla, todo
choca, todo está herido!
Pide estragado el arte
su inspiración al vicio,
y entre el alegre estruendo
de infames regocijos,
la sociedad oscila
sobre el medroso abismo.

¡Poetas! Hasta tanto
que la borrasca pase,
colguemos nuestras arpas
de los llorosos sauces.
Tal vez cuando la tierra
nuestros despojos guarde,
el viento las sacuda
y vibren, giman, canten.

Tal vez cuando del tiempo
se amanse la corriente,
nuestros felices hijos
piadosos las descuelguen.
¡Quién sabe! Aunque las densas
tinieblas nos envuelven,
no eres eterna ¡oh noche!
¡dolor, no duras siempre!

Junio de 1873.


PROBLEMA

Quiero, dejando hipótesis a un lado,
una duda exponer, y es la siguiente:
¿Por qué cruza la tierra el inocente,
de espinas o de sombras coronado?

¿Por qué feliz y próspero, el malvado
alza orgulloso la atrevida frente?
¿Por qué Dios, que es el bien, mira y consiente
el eterno dominio del pecado?

¿Por qué, desde Caín, la humana raza,
sometida al dolor, con sangre traza
la historia de sus luchas giganteas?

Y si es ficción la gloria prometida,
si aquí empieza y acaba nuestra vida,
¿por qué, implacable Dios, por qué nos creas?


A LESBIA

I

Dan muchos en decir que tu inconstante 
amor repartes aturdida y loca;
que no es tu fe de endurecida roca 
ni tu virtud firmísimo diamante. 

Dicen que quien te estrecha delirante, 
cediendo a la pasión que lo sofoca, 
siente y percibe en tu entreabierta boca 
el calor de los besos de otro amante. 

Dicen que en el desorden de la vida 
gozas con la traición; y soy tan necio, 
que al escucharlo te maldigo y lloro. 

Anda tu fama en la opinión perdida; 
pero hay alguien más digno de desprecio 
que tú: yo, que sabiéndolo, te adoro.

II

Es en vano intentarlo. Cuando el río 
en su profundo cauce retroceda, 
quizás se apiada el Cielo y me conceda
todo el valor que para odiarte ansío. 

Pugno por olvidarte, y mi albedrío
más en los lazos de tu amor se enreda; 
seguir tus pasos el amor mi veda
 y me arrastra a tus pies, a pesar mío. 

Tu falaz persuasión me infunde miedo:
quiero escapar de ti, dejar de verte,
y a tus caricias engañosas cedo.

Y es tal mi desventura y tal mi suerte
que, conociendo tu maldad, no puedo 
estimarte, ¡ay de mí!, ni aborrecerte.

(1877)


A AMÉRICA

¡Esta es España! Atónita y maltrecha
bajo el peso brutal de su infortunio,
inerte yace la matrona augusta
que en otros siglos fatigó a la fama.
La que surcó los mares procelosos
buscándote atrevida en el misterio,
hasta que un día, deslumbrando al mundo,
surgiste, como Venus, de las ondas. 

Cegada por tu espléndida hermosura, 
al engarzarte en su imperial diadema
España te oprimió; más no la culpes,
porque, ¿cuándo la bárbara conquista
justa y humana fue? También clemente
te dio su sangre, su robusto idioma,
sus leyes y su Dios. ¡Te lo dio todo,
menos la libertad!, pues mal pudiera
darte el único bien que no tenía.

Contémplala vencida y humillada
por la doblez y el oro, y si te mueven
a generosa lástima sus males,
el trágico desplome de una gloria
que es también tuya, acórrela en su duelo. 
¡Es tu madre infeliz! No la abandone 
tu amor, en tan inmensa desventura.