sábado, 2 de octubre de 2021

Parnaso: Antología personal de Núñez de Arce

GASPAR NÚÑEZ DE ARCE


Antología personal de:
Migue Rivera

***

LAS ARPAS MUDAS

La virgen poesía
huyendo de los hombres,
se pierde en las profundas
tinieblas de la noche.
Las arpas enmudecen,
y el eco no responde
sino a los broncos gritos
de cien revoluciones.

¡Ay, cuando la tormenta
cierne sus negras alas,
la tímida avecilla
se oculta y tiembla y calla!
¿Qué valen sus gorjeos
ante la voz airada
del trueno que retumba
en valles y en montañas?

¡Qué cambio y qué contraste!
Ayer llenaba el mundo
la inspiración sublime
de Schiller, Byron y Hugo.
Hoy sobre nuestras almas,
que envileció el tumulto,
parece que gravita
la losa de un sepulcro.

Miraban nuestros padres
el despertar de un siglo:
nosotros a sus hondas
angustias asistimos.
En su entusiasmo ardiente
su cántico era un himno.
El nuestro ¡oh desventura!
el nuestro es un gemido.

Cuando después de aquella
sangrienta sacudida,
que derribó en el polvo
la sociedad antigua,
con su potente mano
la santa poesía
logró sacar ileso
a Dios de entre las ruinas;

Cuando en estéril roca,
entre el rumor confuso
del mar, agonizaba
en su aislamiento augusto
el águila altanera,
tan grande en su infortunio,
que de sus corvas garras
tuvo suspenso el mundo;

Entonces, como el germen
oculto que despierta,
y rompe vigoroso
la cárcel que lo encierra,
sobre las viejas ruinas
brotaron por doquiera
la religión, la gloria,
la libertad, la ciencia.

¡Siempre el dolor fecunda!
La tierra, nuestra madre,
sufre el agudo arado
que sus entrañas abre;
el mar tiene sus roncas
y fieras tempestades,
su duda el pensamiento,
la religión sus mártires.

Todo lo grande surge
de este combate eterno
como la luz del choque
del pedernal y el hierro.
¡Felices nuestros padres,
que entonces recogieron
la mies, antes regada
con llanto, sangre y cieno!

¿Es raro que el poeta
alzase himnos de gloria
al Dios que renacía
de entre sus aras rotas?
¿Es raro que cantase
la alborozada Europa
al nuevo sol, naciendo
de la impalpable sombra?

Pero hoy, ¿qué alegre canto
entonarán las musas?
La llama del incendio
nuestro camino alumbra.
La libertad seguida
de alborotadas turbas
arrastra por el fango
sus blancas vestiduras.

El entusiasmo expira
en lecho de dolores:
atónita y turbada
la fe su venda rompe,
y caen de sus altares,
bajo insensatos golpes,
la patria, la familia,
los reyes y los dioses.

¡Todo se anubla, todo
choca, todo está herido!
Pide estragado el arte
su inspiración al vicio,
y entre el alegre estruendo
de infames regocijos,
la sociedad oscila
sobre el medroso abismo.

¡Poetas! Hasta tanto
que la borrasca pase,
colguemos nuestras arpas
de los llorosos sauces.
Tal vez cuando la tierra
nuestros despojos guarde,
el viento las sacuda
y vibren, giman, canten.

Tal vez cuando del tiempo
se amanse la corriente,
nuestros felices hijos
piadosos las descuelguen.
¡Quién sabe! Aunque las densas
tinieblas nos envuelven,
no eres eterna ¡oh noche!
¡dolor, no duras siempre!

Junio de 1873.


PROBLEMA

Quiero, dejando hipótesis a un lado,
una duda exponer, y es la siguiente:
¿Por qué cruza la tierra el inocente,
de espinas o de sombras coronado?

¿Por qué feliz y próspero, el malvado
alza orgulloso la atrevida frente?
¿Por qué Dios, que es el bien, mira y consiente
el eterno dominio del pecado?

¿Por qué, desde Caín, la humana raza,
sometida al dolor, con sangre traza
la historia de sus luchas giganteas?

Y si es ficción la gloria prometida,
si aquí empieza y acaba nuestra vida,
¿por qué, implacable Dios, por qué nos creas?


A LESBIA

I

Dan muchos en decir que tu inconstante 
amor repartes aturdida y loca;
que no es tu fe de endurecida roca 
ni tu virtud firmísimo diamante. 

Dicen que quien te estrecha delirante, 
cediendo a la pasión que lo sofoca, 
siente y percibe en tu entreabierta boca 
el calor de los besos de otro amante. 

Dicen que en el desorden de la vida 
gozas con la traición; y soy tan necio, 
que al escucharlo te maldigo y lloro. 

Anda tu fama en la opinión perdida; 
pero hay alguien más digno de desprecio 
que tú: yo, que sabiéndolo, te adoro.

II

Es en vano intentarlo. Cuando el río 
en su profundo cauce retroceda, 
quizás se apiada el Cielo y me conceda
todo el valor que para odiarte ansío. 

Pugno por olvidarte, y mi albedrío
más en los lazos de tu amor se enreda; 
seguir tus pasos el amor mi veda
 y me arrastra a tus pies, a pesar mío. 

Tu falaz persuasión me infunde miedo:
quiero escapar de ti, dejar de verte,
y a tus caricias engañosas cedo.

Y es tal mi desventura y tal mi suerte
que, conociendo tu maldad, no puedo 
estimarte, ¡ay de mí!, ni aborrecerte.

(1877)


A AMÉRICA

¡Esta es España! Atónita y maltrecha
bajo el peso brutal de su infortunio,
inerte yace la matrona augusta
que en otros siglos fatigó a la fama.
La que surcó los mares procelosos
buscándote atrevida en el misterio,
hasta que un día, deslumbrando al mundo,
surgiste, como Venus, de las ondas. 

Cegada por tu espléndida hermosura, 
al engarzarte en su imperial diadema
España te oprimió; más no la culpes,
porque, ¿cuándo la bárbara conquista
justa y humana fue? También clemente
te dio su sangre, su robusto idioma,
sus leyes y su Dios. ¡Te lo dio todo,
menos la libertad!, pues mal pudiera
darte el único bien que no tenía.

Contémplala vencida y humillada
por la doblez y el oro, y si te mueven
a generosa lástima sus males,
el trágico desplome de una gloria
que es también tuya, acórrela en su duelo. 
¡Es tu madre infeliz! No la abandone 
tu amor, en tan inmensa desventura.


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