domingo, 22 de marzo de 2020

Parnaso: Antología personal de Charles Baudelaire

CHARLES BAUDELAIRE


Antología personal de:
Migue Rivera

***

Poemas tomados de:
LAS FLORES DEL MAL


SPLEEN E IDEAL


BENDICIÓN

Cuando, por un decreto de las fuerzas supremas,
el Poeta aparece en este mundo hastiado,
espantada su madre, con palabras blasfemas,
le muestra el puño a Dios, que la mira apiadado:

—“¡Ah, que no haya parido un nido de serpientes,
antes que alimentar esta pobre irrisión!
¡Maldita noche aquella de efímeros placeres
en que mi propio vientre concibió mi expiación!

Pues que entre todas las mujeres me reclamas
para ser el disgusto de mi triste marido,
y puesto que no puedo arrojar a las llamas,
como carta de amor, este monstruo encogido,

de tus maldades sobre el maldito instrumento,
tu odio que me abruma he de hacer reflejar,
y torceré tan bien este árbol macilento,
que no podrá sus yemas apestadas brotar”.

La espuma de su odio, de tal modo declara,
y, sin imaginar los designios eternos,
del Infierno en el fondo ella misma prepara,
las llamas que castigan los crímenes maternos.

Entre tanto, de un Ángel bajo el amparo leve,
el Niño rechazado con el sol se extasía;
y en todo lo que come, y en todo lo que bebe,
vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía.

Y juega con el viento, charla con el celaje,
y se embriaga cantando camino de la cruz;
y el Espíritu síguelo en su peregrinaje,
y llora al verlo alegre cual pájaro en la luz.

Todos los que amar quiere lo observan con temor,
o bien, enardeciéndose con su tranquilidad,
juegan a quién consigue producirle un dolor,
y hacen en él ensayo de su ferocidad.

En el pan y en el vino que ha de probar su boca
mezclan ceniza junto con sucios salivazos;
con toda hipocresía derriban lo que toca,
y le acusan de haberse interpuesto en sus pasos.

Su mujer va gritando por las públicas plazas:
"—Pues me encuentra tan bella que me quiere adorar,
cual los ídolos seré yo de las viejas razas,
y de igual modo que ellos, voy a hacerme adorar.

¡Y de nardo me emborracharé de incienso y mirra,
de genuflexiones, de viandas y de vinos,
para saber si en ese corazón que me admira
puedo usurpar, riendo, homenajes divinos!

Y, cuando me fatigue de esas farsas impías,
sobre él mi frágil y fuerte mano posaré,
y con mis uñas, uñas cual las de las harpías,
hasta su corazón camino me abriré.

¡Como un pájaro joven que tiembla y que palpita,
rojo del seno su corazón he de arrancar,
y, para que se sacie mi bestia favorita,
por tierra con desprecio yo se lo he de arrojar!"

Al cielo, en que sus ojos ven un trono translúcido
sereno alza el Poeta en sus dos brazos piadosos,
y los vivos relámpagos de su espíritu lúcido,
le velan el aspecto de los pueblos furiosos:

“—¡Sed bendito, Dios mío, que dais el sufrimiento
cual divino remedio a nuestras impudicias,
así como el más puro y el mejor alimento
que prepara los fuertes a las santas delicias!

Yo bien sé que al Poeta un lugar reserváis
en las filas benditas de las santas legiones,
y que para la fiesta eterna lo invitáis
de Tronos, de Virtudes y de Dominaciones.

Yo sé que es el dolor la nobleza suprema,
en que jamás infiernos ni tierra morderán,
y que, para trenzar mi mística diadema,
los mundos y los tiempos todos contribuirán.

Mas las joyas perdidas de la antigua Palmira,
los metales ignotos y la perla más rara,
engarzada por vuestra mano, no bastarían
a esa hermosa diadema, resplandeciente y clara.

Pues no estará formada sino de lumbre pura,
del santo foco de los primitivos reflejos,
de la que los mortales ojos que más fulguran,
son sólo oscurecidos y quejosos espejos.


EL ALBATROS

A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.

Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Qué torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.


EL MAL MONJE

Los claustros antiguos sobre sus amplios muros
mostraban en cuadros la santa Verdad,
cuyo efecto, caldeando las piadosas entrañas.
templaba la frialdad de su austeridad.

En esos tiempos en que florecían las semillas de Cristo,
más de un ilustre monje, hoy poco recordado,
tomando por taller el camposanto,
glorificaba a la Muerte con simplicidad.

—Mi alma es una tumba que, mal cenobita,
desde la eternidad recorro y habito;
Nada embellece los muros de este claustro odioso.

¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré hacer
del espectáculo viviente de mi triste miseria
el trabajo de mis manos y el amor de mis ojos?


EL ENEMIGO

Mi juventud no fue sino una tenebrosa tormenta,
atravesada aquí y allá por brillantes soles;
el rayo y la lluvia han causado tal estrago
que en mi jardín quedan muy pocos frutos bermejos. 

He aquí que he alcanzado el otoño de las ideas,
y que es preciso usar la pala y el rastrillo
para reunir de nuevo las tierras inundadas,
donde el agua abre agujeros tan grandes como tumbas.

¿Y quién sabe si las flores nuevas con que sueño
encontrarán en este suelo deslavazado como un arenal
el místico alimento que les daría vigor?

—¡Oh, dolor!, ¡oh dolor! El Tiempo se come la vida
y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón
crece y se fortalece con la sangre que perdemos.


LA MALA SUERTE

Para cargar un fardo tan pesado,
¡haría falta, Sísifo, tu valor!
Aunque pongamos el corazón en la obra,
el Arte es largo y el Tiempo es corto.

Lejos de sepulturas célebres 
hacia un cementerio aislado,
mi corazón, como un tambor con sordina,
va tocando marchas fúnebres.

 —Más de una joya duerme sepultada
en las tinieblas y el olvido,
muy lejos de los picos y las sondas;

Más de una flor esparce a pesar suyo
su perfume dulce como un secreto
en las soledades profundas.


LA BELLEZA

Soy hermosa, ¡oh, mortales! como un sueño de piedra,
Y mi seno, en el que cada uno se ha martirizado a su vez,
está hecho para inspirar al poeta un amor
eterno y mudo igual que la materia.

Yo reino en el cielo como una esfinge incomprendida;
uno un corazón de nieve a la blancura de los cisnes;
aborrezco el movimiento que desplaza las líneas,
y nunca lloro y nunca río.

Los poetas, ante mis impresionantes posturas,
que parezco copiar de los más altivos monumentos,
consumirán sus días en austeros estudios;

porque tengo, para fascinar a esos dóciles amantes,
puros espejos que hacen todo más bello:
¡Mis ojos, mis grandes ojos de claridades eternas!


LA GIGANTA

Cuando en su poderoso numen hijos monstruosos
a diario paría la Creación, yo quisiera
haber vivido junto a una joven giganta,
como un gato sensual a los pies de una reina.

Me hubiera gustado ver su cuerpo florecer con su alma,
creciendo libremente en sus terribles juegos;
saber si una sombría llama abriga su pecho
por las húmedas nieblas que nadan en sus ojos;

recorrer a mi gusto sus magníficas formas;
trepar por la ladera de sus grandes rodillas,
y a veces, en verano, cuando malsanos soles,

a tumbarse en el campo, fatigada, la impulsan,
indolente a la sombra de sus pechos dormirme,
cual aldea apacible al pie de una montaña.


LOS GATOS

Los amantes fervientes y los sabios austeros
también aman, en su madura estación,
a los poderosos y mansos gatos, orgullo de la casa,
que como ellos son frívolos y sedentarios.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad
buscan el silencio y el horror de las tinieblas;
Érebo los hubiera admitido como sus fúnebres mensajeros,
si pudieran con servidumbre doblegar su orgullo.

Tienen ellos en cuenta las nobles actitudes
de las grandes esfinges recostadas al fondo de las soledades,
que parecen dormir un sueño sin fin;

Sus lomos fecundos están llenos de chispas mágicas,
y polvo de oro, incluyendo arena fina,
se llenan vagamente de estrellas sus pupilas místicas.


ALQUIMIA DEL DOLOR

Uno te alumbra con su ardor,
el otro en ti pone su pesar, ¡Naturaleza!
El que a uno dice: ¡Sepultura!
al otro le replica: ¡Vida y Esplendor!

Desconocido Hermes que me asistes
y que siempre me intimidas,
me vuelves igual a Midas,
el más triste de los alquimistas;

Por ti convierto el oro en hierro
y el paraíso en el infierno;
en el sudario de las nubes

descubro un cadáver querido,
y en las orillas celestiales
construyo grandes sarcófagos.


REBELIÓN


LA NEGACIÓN DE SAN PEDRO

¿Qué hace Dios ante ese mar de anatemas
que asciende día a día hasta sus serafines?
Como un déspota ahíto de viandas y de vinos,
al dulce son de nuestras blasfemias se adormece.

Los sollozos de los mártires y de los torturados
son una sinfonía embriagante sin duda,
ya que, pese a la sangre que cuesta su deleite,
¡los cielos no parecen todavía saciados!

—¡Acuérdate, Jesús, del Huerto de los Olivos!
Con suma sencillez oraste de rodillas
a quien allá en su cielo reía de los clavos
que unos viles verdugos hincaban en tus carnes.

Cuando viste escupir en tu divinidad
a la chusma del cuerpo de guardia y de cocina,
y cuando tú sentiste penetrar las espinas
en tu cabeza donde habitaban los hombres;

cuando aquel peso horrible de tu cuerpo quebrado
estiraba tus brazos tensados, y tu sangre
y tu sudor corrían por tu pálida frente,
cuando fuiste mostrado como blanco ante todos,

¿recordabas los días tan brillantes y hermosos
en que a cumplir la eterna promesa tú viniste,
cuando a lomos de mansa borrica recorrías
los caminos sembrados de flores y ramos,

cuando, henchido tu pecho de esperanza y valor,
azotabas con fuerza a viles mercaderes,
cuando fuiste maestro? ¿No caló en tu costado
el arrepentimiento más hondo que la lanza?

En cuanto a mí, es seguro que saldré satisfecho
de un mundo en que la acción no es hermana del sueño;
¡Ojalá mate a hierro y que a hierro perezca!
San Pedro renegó de Jesús… ¡hizo bien!


ABEL Y CAÍN

I

Raza de Abel, come, bebe y duerme;
Dios te sonríe complacido.

Raza de Caín, en el fango
cae y miserablemente muere.

Raza de Abel, tu sacrificio
es agradable al Serafín.

Raza de Caín, ¿tu suplicio
terminará alguna vez?

Raza de Abel, mira tus siembras
y tus rebaños prosperar.

Raza de Caín, tus entrañas
aúllan hambrientas como un can.

Raza de Abel, caldea tu vientre
junto a la lumbre patriarcal.

Raza de Caín, como un pobre 
chacal, tiembla de frío en tu cueva.

Raza de Abel, ¡ama y multiplícate!
Tu oro también produce hijos.

Raza de Caín, corazón ígneo,
cuídate de esos apetitos.

Raza de Abel, creces y roes
como insecto en los bosques.

Raza de Caín, por los caminos,
perseguido, arrastra a los tuyos.

II

¡Ah, raza de Abel, tu carroña
abonará el humeante suelo!

Raza de Caín, tu tarea
aún no está terminada;

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:
la jabalina al hierro venció.

Raza de Caín, ¡sube al cielo
y arroja a Dios sobre la tierra!


LA MUERTE


LA MUERTE DE LOS POBRES

La Muerte es el consuelo y lo que hace vivir;
es el fin de la vida, la única esperanza,
que como un elíxir embriaga y anima 
y nos infunde fuerzas para alcanzar la noche.

A través de la nieve, la tempestad y la escarcha,
es el fulgor que vibra en el negro horizonte;
es la hostería famosa de la que hablan los libros,
donde será posible, comer, dormir, sentarse;

es un Ángel que tiene en sus dedos magnéticos
el descanso y el don de los sueños extáticos,
y que tiene la cama para el pobre, el desnudo;

la gloria de los Dioses, el místico granero, 
la bolsa de los pobres y su patria perdida,
¡es el pórtico abierto a los Cielos incógnitos! 


***


POEMAS DIVERSOS


LA VOZ

Mi cuna se adosaba a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia, romance,
todo, la ceniza latina y el polvo griego,
Se mezclaban. Yo era alto como un infolio.
Dos voces me hablaban. La una, insidiosa y firme,
decía: "La Tierra es un pastel colmado de dulzura;
yo puedo (¡Y tu placer entonces no tendrá término!)
procurarte un apetito de igual grosor."
Y la otra: "¡Ven! ¡oh! ven viajero en los sueños,
más allá de lo posible, más allá de lo conocido!"
Y ésta cantaba como el viento de las plazas,
fantasma gemebundo, no se sabe de dónde venido,
que acaricia el oído y empero lo espanta.
Yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce voz!" Es desde entonces
que data lo que se puede, ¡ah! llamar mi llaga
y mi fatalidad. Detrás de las decoraciones
de la existencia inmensa, en lo más negro del abismo,
veo distintamente mundos singulares,
y, de mi clarividencia, extática víctima,
arrastro serpientes que muerden mis zapatos.
Y es desde entonces que, semejante a los profetas,
amo tan tiernamente el desierto y la mar;
que río en los duelos y lloro en los festejos,
y encuentro un gusto suave al vino más amargo;
que tomo con frecuencia los hechos por mentiras,
y que, los ojos hacia el cielo, caigo en los agujeros.
Pero, la voz me consuela y dice: "Guarda tus sueños;
¡Los sabios no los tienen tan hermosos como los locos!"


EL EXAMEN DE MEDIANOCHE

El péndulo, sonando la medianoche,
irónicamente nos induce
a recordar qué uso
hicimos del día que se fue:
—El día de hoy, fecha fatídica,
viernes y trece, nosotros,
pese a todo lo que sabemos
hemos vivido como un hereje;

hemos blasfemado de Jesús,
de los Dioses ¡el más incontestable!
Como un parásito en la mesa
de cualquier monstruoso Creso,
para complacer al bruto,
digno vasallo de los Demonios,
hemos insultado lo que amamos
y halagado lo que nos repugna;

Contristado, servil verdugo,
el débil que injustamente se desprecia;
saludado la enorme Bestia,
la Bestialidad con testuz de toro;
besado la estúpida Materia
con gran devoción,
y de la putrefacción
bendecido la descolorida luz.

Finalmente, para ahogar
el vértigo en el delirio,
yo, sacerdote de la lira,
cuya gloria está en cantar
la magia de todo lo fúnebre,
bebí sin sed, comí sin hambre...
—¡Pronto apaguemos la luz
para ocultarnos en las tinieblas!


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