martes, 27 de febrero de 2018

Parnaso: Antología personal de Paul Verlaine

PAUL VERLAINE


Antología personal de:
Migue Rivera

***

    RESIGNACIÓN 

Siendo muy niño yo, soñaba en Ko-Himnor, 
suntuosidad papal y persa a un tiempo mismo; 
juntos Heliogábalo y el viejo Sardanápalo. 

Mi deseo creaba bajo dorados pisos, 
entre aromas, y al son de delicadas músicas, 
fui creando un sinfín de paraísos líricos. 

Hoy, más tranquilo y no menos ardiente, pero
sabiendo que en la vida abdicar es preciso,
tuve que refrenar mi más bella locura,
y, aunque sin resignarme, no obstante me resigno. 

¡Sea pues! Lo grandioso siempre a mi diente escapa
mas odio lo vulgar y aborrezco las heces,
y amo siempre la bella mujer, igual que amo
las rimas asonantes y el amigo prudente.


SPLEEN

Las rosas eran rojas, todas rojas,
y las hiedras oscuras, muy oscuras.

Querida, si te mueves o te enojas,
renacer siento en mí las amarguras.
 
El cielo estaba azul, el dulce cielo;
verde, muy verde el mar, suave el ambiente.

Temo siempre —¡fundado en mi recelo!—
que, al fin, de mí has de huir inicuamente.

De la zarza de hoja barnizada
harto ya estoy, de todo lo de aquí,

de la extensa campaña dilatada
y de todo estoy harto, menos de ti.


Poemas de SENSATEZ

-Segunda parte-

I

¡Dios mío, tú has herido mi corazón de amor
y está vibrante aún en mi pecho la herida!
¡Dios mío, tú has herido mi corazón de amor!

¡Dios mío, me ha alcanzado el temor de tu cólera
y mi corazón siente la llama inextinguible;
llegó hasta mí el temor, Dios mío, de tu cólera!

¡Dios mío, yo sé que toda la tierra es vil
y tu gloria reside en mi alma pecadora!
¡Dios mío, yo sé que toda la tierra es vil!

¡Dios mío, ahoga mi alma en tu Vino de amor;
funde mi alma en el Pan de tu mesa divina!
¡Dios mío, ahoga mi alma en tu Vino de amor!

He aquí, Señor, mi sangre, que nunca he derramado;
he aquí, Señor, mi carne, indigna del dolor;
He aquí, Señor, mi sangre, que nunca he derramado.

He aquí, Señor, mi frente, que nunca ha enrojecido,
para ser escabel de tus pies adorables;
He aquí, Señor, mi frente, que nunca ha envejecido.

He aquí, Señor, mis manos, que nunca trabajaron,
para ardientes carbones los raros incendios;
He aquí, Señor, mis manos, que nunca trabajaron.

He aquí mi corazón, que sólo latió en vano,
para que en las melazas del Calvario palpite;
He aquí mi corazón, que sólo latió en vano.

He aquí, Señor, mis pies, los frívolos viajeros,
dispuestos a acudir al grito de tu gracia;
He aquí, Señor, mis pies, los frívolos viajeros.

He aquí mi voz, sonido desabrido y mendaz,
para la Penitencia y para los reproches;
He aquí mi voz, sonido desabrido y mendaz.

He aquí, Señor, mis ojos, luminarias de errores,
para anegarse en llanto de divinas plegarias;
He aquí, Señor, mis ojos, luminarias de errores.

¡Ay, Dios de las ofrendas y de la caridad,
cuán insondable es de mi gratitud el pozo!
¡Ay, Dios de las ofrendas y de la caridad!

¡Señor de santidad y Señor del terror!
¡Cuán negro es el abismo de mi crimen nefando!
¡Señor de santidad y Señor del terror!

Dios de paz, de alegría y de felicidad.
Todas mis ignorancias y todos mis temores;
Dios de paz, de alegría y de felicidad.

Tú bien sabes, Señor, bien sabes todo eso,
y que de los mortales el más pobre yo soy;
Tú bien sabes, Señor, bien sabes todo eso,

¡mas todo lo que tengo, Señor, yo te lo doy!

-Tercera parte-

XVII

Todos los amores terrenos
nos van dejando sus venenos
dentro del alma, en su amargor,
los fraternos y conyugales,
los fraternales y filiales,
los cívicos o nacionales,
tienen carcoma en su interior.

La muerte fría con sus manos
mata a tus padres, los hermanos
se traicionan, tu mujer
te deja, tu hijo en casa ajena,
tu pueblo roba y se encadena,
al extranjero se condena,
tu carne, audaz, se hace obscena
y tu alma llega a enloquecer.

Más Jesús dice: ¡Ama, no importa!
Haz en la vida, que es tan corta,
como un cortejo a la ilusión,
vaya delante por el prado,
cual corifeo del tablado,
cual preste, cual excomulgado,
cual los abuelos del pasado,
y por delante el corazón.

Y que se eleven estas voces 
dolientes, lentas o veloces,
agrias o dulces, a compás,
al cielo de mi sufrimiento,
de tu libertad instrumento,
de tu esperanza condimento,
de tu propia angustia alimento,
ese himno que tú cantarás. 


EL IMPÚDICO

La miseria y el mal de ojo,
dicho sea sin calumniarlo,
hacen a un monstruo de orgullo
un alma de presidiario.

Sí, «Jettatore»; sí, el último
es el primero de la tuna
que por la sombra del dinero
perseguirán hasta la tumba.

Y a su mirada fiera, tiemblan
los niños. Tiene sus rechazos.
También es bruto a su manera.

Bellezas, en vez de dinero,
dad de limosna a ese sujeto,
la caridad de vuestros cuerpos.


Poemas de
CANCIONES PARA ELLA

I

Tú no eres nada virtuosa,
y yo no soy nada celoso.
Y así pasamos bien la vida
que, al final, es el mejor modo.

¡Viva el amor y vivamos nosotros!

Y tú posees y practicas
los goces más inteligentes,
y con los trucos más auténticos
para uso de las bravas gentes.

¡Y me da mimos indulgentes!

Algunos hablan de tu edad
que no es ya de quince ni veinte,
pero ¡oh, tus senos opulentos,
tus bellos ojos tan rientes!

¡Y tus besos dulces y ardientes!

Seme fiel, si ello te es posible,
y sobre todo si tú quieres;
pero asequible a mis deseos,
esclava humilde has de ser siempre.

¡Aunque te llame, aunque te pegue!

«Pasó ya el tiempo de las proezas»,
suelen decirme a mí los tontos;
pero gracias a tus caricias,
quedo muy bien, igual que un mozo.

¡Viva el amor y vivamos nosotros!


XXIII

No tengo suerte con mujeres;
desde mis años pubertales
caí en el vicio del placer
con las mujeres más infames.

Bien es verdad que siempre fui
bastante pillo y algo truhán,
y mi carácter es algo raro
y variable por el azar.

Y mis mujeres tan ligeras,
¿tú no lo eres también?, di.
Mas estas cosas tan horribles
sinceramente he de decir.

Y es cierto que yo fui un bigardo,
y ahora tal vez siga lo mismo,
aunque el decirlo me avergüence
por parecer un poco cínico.

Mas, basta ya; tal para cual,
buenos amantes seguiremos:
tú, buenecilla, y yo, honrado;
tú me amas, dices; y yo te quiero.


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